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Recuerdos de la niñez en la bahía

A muchos de nosotros por circunstancias familiares este puerto nos acogió en el mejor momento. La nostalgia por mi niñez en Puerto Vallarta aumenta cuando soy testigo de la profunda transformación de la bahía. 

Por Alfonso Baños

Me cuentan mis padres que llegamos a Puerto Vallarta en 1972. Yo recuerdo poco de aquel arribo pero en mis primeros recuerdos aparece la Plaza de Armas de noche, con poca gente, iluminada por los faroles del restaurante Benitos, ubicado en la esquina de la calle Morelos y Zaragoza. Quizá me viene a la mente «Benitos», ese mítico lugar que hoy casi nadie recuerda, pero que fue la razón por la cual nos trasladamos a vivir a Puerto Vallarta, donde mi papá fue el gerente por más de quince años.

Para entonces, la extensión urbana del puerto apenas rebasaba las 500 hectáreas cuando hoy supera las 6 mil. Entonces éramos unos 36 mil habitantes, cuando ahora somos diez veces más esa cifra.

La vida pata salada

Vivir en esta bahía era un paraíso para un niño inquieto y ávido de experimentar la naturaleza desplegada en mar, selva y árboles. Mis primeros años escolares los pasé en el kínder Emiliano Zapata, aprendiendo el arte de convivir con los compañeros, muchos de ellos nacidos en Vallarta y cuyas familias eran de cepa y abolengo pata-salada.

Bajo la sombra de un árbol de mango, jugamos y corríamos con la alegría que solo sucede con inocencia. Concluido el horario escolar, íbamos a comer al departamento en la calle Juárez; cuyo propietario era el periodista Rafael de la Cruz.

El ritmo acompasado de la vida vallartense permitía que mi padre estuviera en el almuerzo, conviviera con nosotros y aún le quedara tiempo para gozar de una siesta de una media hora. Tras realizar los deberes, nos salíamos con los amigos de la cuadra a jugar a la calle, o a cruzar nadando el río Cuale para desarrollar una de nuestras actividades favoritas: pescar en el muelle de Los Muertos.

Nuestro equipo de pesca era de lo más básico: apenas un bote de cloro con hilo, anzuelos y algo de peso y carnada para atraer a los incautos peces. Ahí pasamos muchas tardes felices, maravillados ante el paisaje de cada atardecer, refrescados por el suave soplido del viento y bajo la sombra de esas imponentes palmeras que aún se yerguen en la Playa de Los Muertos.

niñez en la bahía

Espacios públicos del viejo Vallarta

Otro espacio de juegos era el Malecón de la Marina, que se despliega entre el parque Aquiles Serdán y la desembocadura del río Cuale. Había árboles endémicos, flores y juegos infantiles. Un parque como los de antes que estaba al pie del mar.

No había en aquel entonces construcciones significativas y la mayoría de los predios estaban sin edificar. Quizá por ello, armábamos una improvisada pista de carreras de autos de juguete, o para usar con patinetas, patines del Diablo y todo objeto que se moviera a una velocidad más rápida que la carrera, corriendo y raspándonos las rodillas en el empedrado de las calles.

Nuestros padres y los de nuestros amigos sabían que nada nos podría pasar y que la vida cotidiana de los vallartenses transcurría en confianza y solidaridad. Aunque estaban al pendiente de nosotros, había mucha libertad y se nos concedían muchos privilegios para vivir al aire libre.

Una niñez sin TV

Uno de los factores que permitió desarrollar un fuerte contacto con el medio natural fue que no llegaba la señal de la televisión al poblado así que nuestras tardes eran de juegos y de puertas abiertas.

Mientras nuestros primos en la Ciudad de México o Guadalajara crecieron con el televisor viendo programas del tío Gamboín, o el tío Carmelo y las caricaturas del canal 5, nosotros nos subíamos a los árboles a bajar frutas, nos deslizabamos por el río Cuale en cámaras de llanta infladas o jugábamos fútbol en la calle.

Esta nostalgia por la bahía aumenta cuando soy testigo de la profunda transformación que llegó a Puerto Vallarta. El crecimiento turístico nos tomó por sorpresa y trajo con ello muchas cosas positivas, como la mejora en las opciones educativas y laborales. Sin embargo, simultáneamente llegaron nuevos retos y problemas que atender, como el incremento en la desigualdad, violencia y pobreza.

Ojalá que la magia que se contiene en las diferentes poblaciones de la Bahía de Banderas siga siendo disfrutada por los residentes y visitantes. Como yo lo hice de niño y ahora de adulto. Aún contamos con muchas riquezas que nos dan sentido como comunidad y que podemos conservar para seguir disfrutando del paraíso que se despliega en la costa de la bahía más bella del mundo.

Claudio Fabian Guevara